ERA UNA PERSONA DE ESAS, QUE MURIÓ JOVEN COMO SOLO UN ALMA VIEJA PUEDE HACER...

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¿QUÉ OPINAS DE MI BLOG?

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miércoles, 26 de mayo de 2010

VIVO Y MUERO EN EL MAR




Hoy hace un año que este blog cobró vida. Esta fue la primera historia que escribí, la primera de tantas. Ahora mi inspiración duerme, tal vez, se la haya tragado el mar...un abrazo para todos y gracias por leerme.


Cae la noche en un pueblo costero. El viento sopla con fuerza, la playa se va quedando desierta y las luces de las casas se encienden tímidamente. En una de esas blancas casitas vive Miguel, un viejo pescador que aún a sus ochenta años se sigue emocionando cada vez que desde su ventana ve el mar, su amado mar... El vaivén de las olas le recuerda a Teresa, la que fue el gran amor de su vida durante más de cincuenta maravillosos años. Hace dos meses, una terrible enfermedad se la arrebató y Miguel cada noche soñaba en reencontrarse con ella, abrazarla una vez más, sentir su perfume, el tacto de su piel…
El anciano no podía dejar de llorar cuando recordaba las dulces palabras de Teresa en el lecho de muerte.
-No sufras Miguel mi amor, algún día volveremos a encontrarnos. Igual que las olas del mar no pueden detenerse, mi corazón tampoco lo hará, ni ahora ni nunca. Cierra los ojos y escucha…sólo estaré dormida, será mi profunda respiración la que se mezcle con el oleaje.
Sus manos marchitas acariciaban una y otra vez la fotografía de su mujer que descansaba en la mesita de noche.
El corazón de Miguel se hacía cada vez más pesado, cada latido era una pulso a la vida, una vida que ya no deseaba si no era junto a su amada. Los días eran largos y las noches más todavía. Mientras el pueblo dormía, la luna iluminaba la soledad de Miguel, que ahogaba su llanto contra la almohada.
Las horas pasaban y el anciano, no podía dejar de escuchar el rugir del oleaje. Sentía que Teresa lo llamaba, que esta vez sí podría dormir plácidamente junto a ella.
Sin pensarlo dos veces, Miguel se levantó y decidió bajar a la playa .Una vez allí se quitó la ropa y avanzó lentamente hacia la inmensidad del mar. Sus pies desnudos se hundían en la fría arena y las olas acariciaban su piel. Mientras su cuerpo se adentraba en el agua, Miguel sentía una sensación de calidez infinita, una agradable plenitud que jamás pudo haber imaginado. Sus ojos se entornaron al sentir el tacto de unas manos en su pecho…sintió de nuevo en su piel las anheladas caricias de Teresa. Extendió los brazos y juntos entrelazaron las manos con fuerza. Miguel no podía más que llorar de felicidad. Por fin podría volver a estar junto a su querida Teresa.
De repente, la marea comenzó a subir, las olas rompían violentamente contra las rocas. El mar enfureció, no podía permitir que el sueño de un mortal se hiciera realidad. Las almas que en él habitaban las elegía caprichosamente. El oleaje desencajó de nuevo las manos de los enamorados y expulsó con fuerza al anciano dejándolo abatido en la arena, tumbado, ya sin aliento... murió en apenas unos segundos al sentir de repente la desesperación tan grande de perder de nuevo a su amor.. Los gritos de dolor de Teresa se oyeron por todo el pueblo. El mar había sido testigo de su encuentro y causante de su separación eterna.

sábado, 8 de mayo de 2010

MARIPOSAS NEGRAS




No sé si tengo los ojos abiertos o cerrados, tengo la oscuridad incrustada en mi alma. Mariposas negras a los pies de mi cama se balancean al compás de una muerte esperada. El viento ondea las finas cortinas de mi habitación. Cae la noche ¿puedes oir mi llanto? Alaridos huecos que fluyen por mi sangre.
Me siento como un animal contra los faros de un coche. Contorsiono mi cuerpo atado con una cuerda invisible, no puedo deshacerme de ella.
Revolotean las mariposas sobre mi cara. Es el idioma del que no puede sentir más que dolor, del que no puede ver algo bello en su mundo interior.
La luna se cubre la cara con nubes negras para poder observar discretamente.
Oigo un violín a lo lejos, una dulce melodía me acompaña en esta noche eterna dónde mis invitadas apuran mi final doblegando sus alas a modo de aplauso. Como animales carroñeros esperando su festín.
Mientras mis lágrimas empapan la almohada, caigo en un profundo sueño dónde nada será real al despertar, nada entristecerá mi alma y podré deshacerme de las cuerdas que rodean mi libertad.

lunes, 12 de abril de 2010

EL MAR DE LOS AHOGADOS






Las olas del mar de los ahogados van y vienen entre la vida y la muerte. En el fondo de sus aguas descansan los cadáveres de marineros e incautos. En las oscuras profundidades los muertos hablan…
En la orilla, la vida transcurre entre las lágrimas de las viudas y la desesperación de las madres.
Una noche dio comienzo a la leyenda de la misteriosa playa. Las palabras se las lleva el viento…y el mar las recoge .De entre las aguas tranquilas, emergió una botella con un mensaje. Un mensaje del más allá para establecer contacto con los vivos. Eran las palabras de un marinero dirigidas a su joven viuda enferma desde entonces…
Nada podía consolar a la muchacha que se dejaba morir de pena. Cada día acudía a la orilla del mar a llorar por su marido.
En el pueblo no se hablaba de otra cosa. El mar traía mensajes en botellas. Los muertos consolaban a los vivos. Cientos de hombres y mujeres encerraban sus palabras y las lanzaban a las profundidades esperando pronta respuesta. El milagro se sucedía día tras día.
Cartas de amor, fotografías de niños recién nacidos, todo lo que no se pudo decir en vida se decía ahora desde el otro mundo…
De repente, un día las alegres familiares dejaron de recibir mensajes. Ya nunca más hubo respuesta. Fue como si el mar les hubiese dado una tregua, una lección de esperanza hacia el más allá. Los muertos siempre vivirán en nuestros corazones y estén dónde estén siempre se acordarán de los que dejaron atrás.

Las leyendas son sólo eso…leyendas. Pero el mar de los ahogados cuenta con muchos testigos de lo que allí sucedió durante varios meses. El consuelo de poder despedirse de los seres queridos hizo que menguara la pena de los que en tierra se quedaron.

En recuerdo a aquel misterioso suceso se construyó una estatua de una botella con un mensaje en la orilla del mar.

lunes, 5 de abril de 2010

TOMAD Y COMED TODOS DE ÉL...




Aborrezco la hipocresía pero me debo a ella para sobrevivir, para alimentar mi instintos más perversos.
Con los años he aprendido a sobrellevar otro modo de vida, otra fase, un nivel superior al que no todo el mundo está dispuesto a llegar. Si lo pruebas, jamás lo dejarás.
Comer carne humana significó para mí el comienzo de una nueva vida.
Todo empezó como un juego con mis dos compañeros de piso. Aquel sábado Carlos y Adrián llegaron muy tarde a casa. Entre risas intentaban abrir la puerta sin éxito. Me levanté de la cama y fui a ayudarles. En cuanto abrí la puerta Carlos cayó encima de mí y me tapó la boca para que no gritara…sus manos estaban ensangrentadas. Adrián sostenía entre sus brazos lo que parecía ser el tronco de una persona. Me incorporé asustada y les pregunté lo que había sucedido.
Ninguno de los dos me contestó. Colocaron el cadáver encima de la mesa del comedor y se sentaron frente a él. Sus sonrisas me descolocaron, no entendía, no sabía que debía hacer!!
Me quedé inmóvil frente a ellos, atónita y totalmente desconcertada.
De repente Adrián arrancó un pedazo de carne del cuerpo inerte y lo saboreó como el que degusta el manjar más exquisito del mundo. Carlos me miró sonriente y se abalanzó sobre la mano del muerto. Eran como dos lobos famélicos. Sus dientes al masticar producían un sonido distinto, pegajoso, extremadamente meloso y muy tentador…
Nunca hubiera imaginado algo así, pero me acerqué lentamente a la mesa y me senté junto a ellos. He de reconocer que fue la situación más morbosa de mi vida.
Tímidamente acepté el trocito de carne que Adrián me ofrecía. Jamás podré describir esa sensación. La carne cruda resbaló por mi lengua llenando mi boca de un sabor desconocido y delicioso. La sangre aún caliente invadió mi paladar haciéndome entornar los ojos de puro placer.
Aquella noche mis dos compañeros me enseñaron su juego, su rutina de cada madrugada del sábado al domingo… sólo que esta vez, decidieron hacerlo en casa para que yo pudiera formar parte de su ritual.
No puedo explicar esto a nadie, no me siento orgullosa de ello, pero tampoco me arrepiento…
Soy una chica normal, de una ciudad cualquiera, sólo que escondo un secreto aterrador para muchos, excitante para nosotros. Cada domingo comemos carne humana. Buscamos a nuestra víctima durante la semana, la seguimos y acabamos con ella. El próximo sábado me toca a mí ir a cazar. Será la primera vez que mato a alguien y estoy realmente nerviosa, pero me da morbo pensar que alguien morirá para satisfacernos, es como un trofeo. No puedo , no quiero parar, cada domingo nuestro ritual es sagrado. Tomad y comed todos de él….

domingo, 14 de marzo de 2010

EL PUEBLO DE LOS OLVIDADOS




Entre antiguos caminos y piedras roídas por el dolor se mecen mis sentidos. Respiro el aire nauseabundo que rodea el muro del rencor. Las almas inquietas bordean el lugar a modo de fortaleza. Nadie puede penetrar en el templo de la ira.
Ira por saberse abandonados.
Apilados como leña, los esqueletos se acumulan en este extraño lugar. Es el pueblo de los olvidados.
Deambulo pensativa por el lecho de muerte y siento el silencio. Me habla, me grita desesperadamente que me marche si no quiero acabar como ellos. En la absoluta soledad.
Puedo imaginar los rostros de cada una de esas personas. Me miran desafiantes por ahondar en su dolor. Cada uno tiene su historia, su desgracia, su verdad.
Son personas olvidadas en un suspiro, un falso aliento de calor que las dejó frías y abandonadas.

En el pueblo de los olvidados uno se da cuenta de lo triste que es vivir sabiendo que no importas a nadie, ni siquiera a ti mismo. Que a pesar de los intentos que uno pueda hacer por sobrevivir a la pena, te abrazará en el momento menos esperado y te arrinconará en silencio para acabar con tu sufrimiento.
Hoy quiero acordarme de ese pueblo, porque yo no puedo olvidarme. No puedo apartar de mi mente los rostros desencajados por la espera, por la desesperación de ver que se acaba la vida y nadie te tiende la mano para acompañarte en el tramo final. Nada les queda ya más que la rabia de lo que pudo ser y no fue, de lo que les quedó por sentir. La ira desatada por el odio embriaga su alma.
Si os acercáis, pueden oírse los lamentos, los susurros desgarrados y las voces apenadas por cada rincón.
Es el pueblo de los olvidados, un lugar que ni siquiera aparece en el mapa porque nadie más que yo lo conoce.

jueves, 4 de marzo de 2010

SOY UN MONSTRUO DE DOS CABEZAS







Encerrado en mi mundo tropiezo una y otra vez. Las escenas cotidianas se tornan grotescas ante mis ojos de asesino enjaulado en un cuerpo lleno de ira.
No puedo elegir, las decisiones las toma mi conciencia, mi verdadera personalidad.
Me abandono a la locura, pues es más fácil que seguir viviendo a contracorriente.

Así , como me veis, es como me siento al mirarme al espejo. Soy un monstruo de dos cabezas. Dos mentes que se quieren anular mutuamente... ¿Quién gana?...la más fuerte, la más terrible y despiadada…¿Quién pierde? …MI VÍCTIMA.

No puedo controlar mi maldad, no puedo dejar de guiarme por mis instintos, por mi crueldad.
Sé lo que soy e intento luchar contra ello, pero me es imposible, estoy atado y en el fondo siento un extraño placer…

Llora y yo sonreiré, reza y yo sentenciaré, porque mi cabeza me permite hacer cosas imposibles para los demás . Sois borregos inocentes andando mansamente por un mundo hecho a mi medida.
Cuento con los dedos de una mano las veces que me he arrepentido de algo…me sobran los cinco dedos, porque no soporto la debilidad del arrepentimiento.

Es la naturaleza, ella me ha hecho así y moriré. Soy un monstruo de dos cabezas…¿Quién gana?...la perturbada,la cínica, la más feroz…¿Quién pierde? LA HUMANIDAD.

miércoles, 24 de febrero de 2010

EL VERDADERO INFIERNO




No nos dejes caer en la tentación y libranos del mal…

Pero el mal tiene muchas caras, a veces cuesta identificarlo. Nadie puede librarnos de él. Permanece quieto al acecho de cualquier víctima. Oscuro, resguardado entre sonrisas dulces y falsos gestos de bondad. Alguien hoy te tiende la mano y mañana te arranca la vida sin motivo aparente, es fascinante…el mal puede habitar en cualquier parte. Porque él nos elige caprichosamente. Un ser maquiavélico nos señala con el dedo como la siguiente víctima ante un Dios impotente. Un Dios que nos ama tanto que nos deja actuar con libertad.

Todos caemos en sus redes alguna vez. Todos fantaseamos con venganzas y actos atroces dirigidos a quien nos pudo haber dañado.
El verdadero infierno habita en mi imaginación. Es un abismo oscuro dónde nadie sale jamás de su locura. Dónde se mezcla la sangre de los culpables con los gritos de los inocentes. Gritos de odio y satisfacción por cumplir una eterna venganza. Ese es el verdadero infierno de los que eligieron en vida hacer el mal.
¿Podéis imaginaros mi infierno? Un lugar dónde las víctimas condenan a sus verdugos. Dónde la justicia radica en el ojo por ojo y nadie juzga los actos de quien en vida tanto sufrió.

De este modo, cada cuál paga por sus pecados, por su errónea elección.
En sueños, mi alma habita en ese infierno y condeno a mi verdugo por la eternidad . Me acerco lentamente a su celda, hecha con barrotes de fuego , hago girar la llave y comienza mi venganza. Ahora es él el que se estremece al verme sonreír. Vacío sus ojos porque no soporto ver de nuevo la mirada de un sádico perturbado . Prefiero imaginar la desesperada agonía de una mirada vacía. Arranco su lengua porque en su día sus palabras me dañaron. Porque los gritos ahogados me satisfacen más que las falsas palabras suplicando que pare.

Le coso los brazos a modo de rezo para que implore a un Dios que ya no puede hacer nada por su alma, porque ahora es mía y noche tras noche acudiré a su celda para asegurarme que sufre tanto como hizo sufrir a sus víctimas.

Amanezco empapada en sudor y lágrimas de satisfacción. Cada día acudo al verdadero infierno y disfruto haciendo el mal, un mal que está permitido en ese mundo paralelo, en ese lugar oscuro lleno de almas buenas con sed de justicia.

jueves, 28 de enero de 2010

LA MAESTRA DE MÚSICA




Tengo una muñeca vestida de azul, con su camisita y su canesú. La saqué a paseo se me constipó, la tengo en la cama con mucho dolor…
Así empieza una de las canciones preferidas de mi infancia. Una etapa de mi vida truncada por el dolor y la soledad.

Ahora ejerzo de maestra en un orfanato. Doy clases de música y canto a un grupo de niñas alocadas a las que, con el tiempo, conseguiré convertir en auténticas señoritas. Sé que soy muy estricta, pero a mis 62 años, no hay nada que se me pase por alto. No soporto las faltas de respeto y mis queridas niñas saben que no deben hacer que me enfade…

Soy feliz observando a las pequeñas mientras deambulo por la clase con los brazos entrelazados a mi espalda. Sus caritas asustadas permanecen gachas mientras rezan la oración matutina. Lo que no saben, es que nadie las va a salvar si finalmente son elegidas por mí.

Vivo en una pequeña casa ajardinada a diez minutos del orfanato. Allí, sólo unas pocas afortunadas podrán formar parte del gran coro a la felicidad.
Al entrar en la casa, de pie en el recibidor, Susana me sonríe delicadamente a modo de bienvenida. Sus manitas sujetan un pequeño violín que más tarde hará sonar alegremente para deleite de las demás habitantes de la casa.
Me sirvo una taza de té y enciendo la chimenea, el reflejo del fuego hace más bellos los suaves rostros de mis pequeñas musas.

Carla y Flora, llegaron a casa hará un par de meses. Eran dos niñas muy rebeldes. Sus pataletas en clase me desquiciaban y me vi obligada a llevarlas por el buen camino. Ahora, permanecen arrodilladas junto al fuego mientras sujetan con ambas manos una partitura.

Siempre actúo del mismo modo. Ordeno que se queden a hablar conmigo después de clase. Una vez sentadas frente a mí, me levanto y acaricio su pelo mientras una cinta de raso bordea su fino cuello. Suelen estar tan asustadas que apenas se resisten. No aprieto demasiado, no quiero dejar marcas en un cuerpo que luego formará parte de mi particular coral. Envuelvo su cuerpo con un plástico y las saco a escondidas hasta mi coche. Cuando oscurece las meto en mi casa y procedo a inmortalizarlas. Las vacío y vuelvo a rellenar sus cuerpecitos con cal. Unos alambres y puntos de sutura harán que mantengan sonrisas y gestos de un modo muy natural.

Me dolería tanto que alguien me descubriera y no entendiera cuál es mi fin…

Sólo deseo que esas niñas respeten la música, que la amen igual que yo, que sean felices cantando y que vivan por siempre en un mundo lleno de armonía.
Hasta mi gatito es feliz paseándose entre mis niñas. Su preferida es Ana, una señorita de oscuros cabellos que sostiene entre sus brazos una linda muñeca a la que adormece con su dulce canto.

Quiero disfrutar los años que me queden de vida bailando al son de una música celestial. Pongo en marcha mi viejo transistor y escucho las grabaciones que mis pequeñas realizaron en clase. Allí, paralizadas y sonrientes imagino que cantan únicamente para mí. Sus voces angelicales me adormecen hasta que caigo rendida en medio del salón. Dormiré bajo la atenta mirada de mi particular coral, que esperará con ansias a que su maestra despierte de nuevo para hacerlas cantar

martes, 19 de enero de 2010

YA ESTÁ A LA VENTA!!




Os dejo el enlace del libro. Espero que os guste!!!!
















http://www.artgerust.com/libreria.php?id=944

martes, 12 de enero de 2010

HOMENAJE A EDGAR ALLAN POE






Tengo el placer de anunciaros que formaré parte del libro de microrelatos de terror en homenaje a Edgar Allan Poe.
Participé en el concurso de microrelatos y fui escogida por el jurado. Hoy me han dado la notícia y no he podido esperar para anunciarlo . Soy una de los cien finalistas que compondrán el libro. Ya os anunciaré cuando esté a la venta jejejee..
Os dejo la página dónde encontrareis todos los relatos.

Un abrazo a todos

www.artgerust.com

martes, 15 de diciembre de 2009

GOTAS DE MUERTE



Oigo llover desde mi cama. Las cortinas corridas me mantienen a salvo de la luz. Las pesadillas parece que han cesado, pero yo sigo temblando. Miro mis manos cortadas por el frío. Estoy rígida. Mis ojos deambulan por la habitación. Espero una señal para levantarme, alguna razón para seguir viviendo. Nada.
Las sábanas me cubren medio cuerpo. Lo imagino cubierto totalmente, como si estuviera muerta, como si hubiese dejado de respirar este aire espeso y gélido.
Oigo risas en las calles adornadas. Alguien es feliz ¿puede serlo realmente?. La tormenta no cesa y yo no puedo moverme todavía.
La sirena de una ambulancia retumba en mi cabeza, puede ser que venga a buscarme a mi, a mi alma. No. Nadie sabe que existo, ni siquiera yo me lo permito. No soy nadie.
De repente oigo gritos en la calle. La gente corre bajo la lluvia. Algo grave ha ocurrido. Sonrío. Ya nadie parece contento, ¿qué habrá pasado?.
Me levanto muy lentamente, mis pies descalzos se acercan a la ventana. Descorro las cortinas y siento palidecer.
Está lloviendo sangre.
Todo el mundo corre de un lado para otro, nadie atiende a nadie. Las calles rojas parecen resbaladizas. Veo a una anciana intentando levantarse del suelo. Está empapada y nadie la ayuda. Un niño se le acerca pero apenas le hace caso. La madre lo agarra de la mano y salen a toda prisa dejando a la mujer en el suelo. Restos de compras navideñas desperdigados por todas partes. Perros olisqueando la sangre. Un espectáculo dantesco. Gotas de sangre empapan la ciudad y en lo alto de la iglesia un enorme cartel luminoso con el mensaje: FELIZ NAVIDAD.

jueves, 10 de diciembre de 2009

CEMENTERIO DE MUÑECAS




Sopla el viento. Un manto de hojas marchitas borra mis huellas al pisar sobre el sendero de la soledad. Los zapatos llenos de barro me adentran al camino putrefacto y siniestro de la muerte.
En lo alto del valle, apartado del mundo, se encuentra el cementerio de muñecas. Un lugar oculto dónde se halla parte de la maldad humana.
El silencio me abruma en este lugar desolador. Restos del pasado abandonados entre la maleza. Un cementerio de cariño, el único pecado cometido por los que allí habitan. Un lugar gris, dónde cientos de muñecas aparecen desnudas, degolladas y sucias. Ojos vacíos por no ver el triste final de años dedicados a su verdugo.
Seres inertes con sonrisas pintadas de tristeza.
Me arrodillo frente a ellas y acaricio sus lágrimas secas. Mis manos heladas cubren el rostro del abandono. Inocencia perdida de quiénes desprecian la compañía incondicional de un amigo.
Ya no juegan las muñecas en su cementerio. Recuerdos olvidados para siempre. Juguetes reemplazados que jamás volverán a oír la sonrisa de un niño.
El mal está en nuestro interior, es un instinto incontrolable El cementerio de muñecas, escondido a los ojos de los mayores, es un pequeño secreto dónde las mentes macabras se mezclan entre juegos inocentes.

sábado, 5 de diciembre de 2009

NOTAS DE SOLEDAD


Como un adorno olvidado en el trastero, como una figura maldita cubierta de polvo llamaste mi atención y te rescaté de aquel anticuario.
No somos las personas las que encontramos objetos, son ellos los que dejan que los encontremos. Muñecas caprichosas que te señalan con el dedo y deciden tu destino.

Desde entonces vivo obsesionada con esa caja de música. Me tranquiliza verla al llegar a casa y me aterra oírla sonar por las noches.
Melodía mortal que endulza mis momentos de soledad. Atraviesas el umbral de mis fantasías y te adentras en la quietud de mis sueños. Sinuosa bailarina que me mira descarada. Adormeces mis ganas de vivir con tus notas oscuras.
Almas encerradas en una caja inmortal. ¿Quieres que sea la siguiente?
Cabizbaja acaricio tus delicadas formas. Baila, baila alrededor de mis dedos. Gira sin parar adentrándote en mi cabeza.
Siento tu vida y tú sientes mi muerte.
Una noche me adormecí para no despertar. Cerré los ojos y escuché de fondo la dulce melodía. Las sombras que te rodean se acercaron a mi y me acunaron en sus brazos para que también forme parte de ti.
Notas de soledad que se adentraron en mi alma cuando más libre me sentía, cuando aún creía en la vida y que mis sueños se harían realidad. Sueños encerrados en una triste melodía, lágrimas de almas en pena que no liberarás jamás.

lunes, 23 de noviembre de 2009

ÁNGEL DE LA GUARDA




Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día…

De niña, mi abuela me explicó la historia del ángel de la guarda. Un ser de luz que vela por ti en las noches para que nada malo te suceda.
Cuando no podía dormir me abrazaba a la almohada rezando para que mi ángel viniera a protegerme. Me reconfortaba saber que alguien me acunaría en sueños y jugaría conmigo cuando tuviera pesadillas.
Durante años me aferré a esa leyenda para superar mi insomnio. La noche es mala compañera para los que se acobardan con facilidad, y yo necesitaba creer en ese ángel para poder conciliar el sueño.
Me acomodaba en la cama, cerraba los ojos y rezaba para que las alas de mi protector me abrazaran. Siempre acudiría a mi en las noches sin luna, en la fría oscuridad. Nunca lo llegué a ver pero sabía que no me abandonaría ,pues era mi ángel de la guarda y pasara el tiempo que pasara seguiría a mi lado.

Pero me abandonó.

Todo empezó una noche en la que desperté sobresaltada. La ventana estaba abierta de par en par y un viento gélido se colaba entre mis sábanas. Me levanté y cerré con fuerza la ventana. Sentía que algo se había colado por ella mientras dormía. Volví a acostarme y me abracé a la almohada, como cuando era niña. Las pupilas se dilataban al intentar ver en la oscuridad. Los muebles tomaban formas grotescas ante mis ojos. Los cerré fuertemente y me oculté completamente entre las sábanas.
De repente, oí unos pasos que se dirigían a mi. Bordeando la cama se detuvieron a la altura de mi cabeza. Podía oír los fuertes latidos de mi corazón. Alguien estaba en mi habitación, observándome. Sin atreverme a descubrir mi rostro esperé a que fuera quién fuera me dejara vivir y se marchara. El terror me paralizó. De mis labios se escapó un rezo casi inaudible.
Cuando creí haber enloquecido por el pánico ,levanté la punta de la sábana para comprobar que no eran imaginaciones mías.
Ante mi , una figura alada, con túnica negra me miraba fijamente. Con sus alas oscuras acalló mis gritos de pánico brutalmente. Sus ojos reflejaban lo inhumano. El horror se adueñó de mi, entorné los ojos hacia el cielo y caí en un sueño profundo para que el ángel infernal me poseyera.
A partir de ese día, nada volvió a ser como antes. Desperté pesadamente, con un olor extraño en mi piel. Como si me hubiesen enterrado entre cenizas muertas. Como si hubiesen ensuciado mi alma.
Las noches son ahora mi tormento. Hace días que no duermo, no puedo, no quiero hacerlo. Pues cada vez que intento conciliar el sueño, siento que el ángel oscuro está al acecho para atacarme.
La leyenda del ángel de la guarda era sólo un cebo para creer en la protección, para que, con esa devoción atrajéramos a los ángeles siniestros hasta nosotros.
Viven entre las sombras y se apoderan de nuestros sueños.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

HIJOS DEL SOL



















Tras la participación en el concurso de relatos de www.tejiendoelmundo.wordpress.com, tengo el honor de aparecer entre los tres ganadores. Mi relato quedó en segundo lugar, espero que os guste:


Con las manos temblorosas y el corazón en un puño, escribo mis últimas palabras desde este ático abuhardillado. Debo darme prisa, está anocheciendo y apenas puedo ver con claridad. Una vez que haya caído la noche, no me quedará más remedio que esperar aquí, en silencio, en absoluta oscuridad. De ningún modo encenderé la luz, eso me delataría, sería un suicidio.


Me llamo Marta y soy la única persona adulta que sigue con vida en este lugar.
No recuerdo con exactitud en qué momento el mal se cernió en este pueblo bajo la atenta mirada de Dios. Sólo sé que todo empezó un extraño mes de diciembre, unos siete años atrás.
Los vecinos de Loñana, un humilde pueblo que apenas llegaba a cincuenta habitantes, situado al norte de Galicia, comentábamos que algo raro le estaba sucediendo al clima de nuestra región. Aquí, las ventiscas y las lluvias son muy habituales a lo largo del año. Era pues, totalmente atípico que en pleno mes de diciembre, a punto de celebrar las navidades, estuviéramos sufriendo temperaturas de hasta 48 grados y no hubiera caído ni una gota de agua en lo que llevábamos de mes. El médico del pueblo, no daba abasto para atender a todos los vecinos que acudían a él deshidratados, con golpes de calor. Incluso algún que otro anciano falleció debido a las altas temperaturas.
Entre los enfermos, me hallaba yo, embarazada de cinco meses y con unas molestias terribles. Las fuertes patadas que sentía en el vientre, en ocasiones me cortaban la respiración. Pesadillas incesantes hacían despertarme de madrugada con sudores fríos y vómitos sangrientos. Lo más increíble era que todas las embarazadas del pueblo, siete en total, padecíamos los mismos síntomas.
El día de mi alumbramiento fue uno de los más desagradables de mi vida. Creí que moriría en el parto pues no recuerdo un dolor más inhumano, más aterrador. El bebé se abrió paso agarrándose a mis entrañas. Salió totalmente amoratado y con el rostro deformado por el esfuerzo. No oí su llanto al nacer, eso me preocupó, pues temí por su vida. Ahora sé, que simplemente se hacía el dormido.
Pasadas unas horas, la enfermera me obligó a darle el pecho. Yo no quería cogerle en brazos, creía que era algún síntoma post parto, pues no reconocía a ese niño como mío y no quería hacer nada más que echarme a llorar. La enfermera lo colocó en mi regazo y le ayudo a encontrar el camino para calmar su sed. No hizo falta que se esforzara demasiado, pues el bebé rápidamente se adueñó de mi pezón con furia. Succionaba fuertemente apretando los puños y mirándome directamente a los ojos. No pude hacer más que dejarme vencer por el dolor y el agotamiento. Me recosté en la almohada y las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos. Al cabo de unos minutos me di cuenta de que el bebé respiraba de un modo fortísimo, como si se estuviera ahogando. Le agarré de la espalda y entonces fue cuando la vi; una pequeña mancha oscura a la altura del omoplato.
Los demás niños fueron naciendo paulatinamente bajo un sol abrasador. El calor sofocante, junto con el horrible dolor y el miedo, hizo que todas las madres creyéramos que íbamos a enloquecer.

Nada en Loñana volvió a ser como antes tras el nacimiento de esos niños marcados, y digo marcados, porque casualmente todos ellos tenían la misma mancha presidiendo su espalda. Mancha, que iba creciendo a medida que esos niños se iban haciendo mayores. De igual modo la respiración de todos ellos, aún estando tranquilos se tornaba año tras año más grave y profunda. Como si odiaran todo lo que les rodeaba y tuvieran que contener su rabia forzosamente.

Don Fernando, el maestro del colegio, fue la primera víctima de la furia de los pequeños. La primera pieza de una cadena de muertes que se fueron sucediendo durante aquella fatídica tarde. Los gritos alertaron a Doña Amparo, la cocinera, que en aquel momento se encontraba entre fogones preparando la comida . Al llegar al aula, quedó atónita al descubrir al maestro en el suelo, rodeado de los siete pequeños. Don Fernando aún agonizaba atado de pies y manos, con el pecho abierto y dos tizas incrustadas en los ojos. Todos lo observaban sonrientes, con las manos en los bolsillos, satisfechos de su obra. Los demás niños de la clase lloraban incesantemente y de un modo desconsolado tras la dantesca escena que acababan de presenciar.
Doña Amparo, gritó con todas sus fuerzas e intentó escapar hacia la puerta principal. Uno de ellos la estaba esperando en la entrada, el resto, la agarraron de las manos y la llevaron de nuevo a la cocina. Allí, derramaron la olla humeante encima de su anciano cuerpo y acercaron su rostro a los fogones hasta verla morir totalmente quemada.
Desde ese día, esos monstruos, deambulaban por el pueblo, con el único fin de acabar con todos nosotros. Nadie podía sospechar que esos críos inocentes se acercaban con dobles intenciones, eran niños, sólo eran niños. Solían atacar en grupo, en la plaza, en las tiendas, en el bar, cualquier lugar habitado por adultos era bueno para realizar una masacre general. Más tarde irían a buscarnos uno por uno. Picaban a la puerta pidiendo ayuda, como si fueran ellos los que estaban en peligro. Al abrir la puerta, uno de ellos hacía de anzuelo para que el adulto se confíe, luego entraban en tropel hacia dentro y ya no había escapatoria.
No hay palabras para describir lo que uno siente al oir los gritos de dolor de alguien a quien se le están arrancando los órganos. Cierro los ojos y aún puedo ver las imágenes sangrientas y aterradoras que presencié desde mi ventana. Siete niños , en la plaza del Ayuntamiento mirando fijamente al sol, como si estuvieran esperando su aprobación para acabar con todos nosotros. Pequeñas manos estrangulando, degollando y torturando a todos los vecinos desprevenidos. Charcos de sangre por todas partes, gritos huidizos y callados cuchillo en mano.
Mi marido y yo sabíamos que nuestro hijo era uno de ellos aunque él se negaba a creer que fuera cierto . No puedo plasmar en esta hoja de papel, el asco y la impotencia de saber que yo he traído al mundo a uno de esos seres. Intenté detener a mi marido, le supliqué que se quedara a mi lado pero me fue imposible. Bajó corriendo las escaleras y se dirigió a nuestro hijo. Éste, al verle, simplemente levantó la cabeza y asintió al astro rey. Desde arriba pude ver como entre todos lo reducían y mi hijo lo degollaba. La sangre salpicaba el cabello rubio del pequeño. Después de aquello ,simplemente enloquecí, ya nada podía hacerme pensar que sobreviviría a esa pesadilla. Salí como pude por la ventana y salté torpemente de un tejado a otro esperando encontrar algún lugar dónde refugiarme y esperar a que no me encontraran. Fue entonces cuando encontré ésta buhardilla. La ventana estaba abierta, y rastros de sangre en el cristal advertían que los pequeños ya habían estado allí.
Una vez dentro, comprobé que el matrimonio que allí vivía había sido torturado hasta la muerte. Se encontraban boca arriba encima de la cama, uno junto al otro, con las cabezas cortadas. Me imaginaba las risas de esos niños, como si estuvieran haciendo una pequeña fechoría al intercambiar las cabezas de un cuerpo a otro, dejando así su obra completa, tratando de ridiculizarlos.

Hace horas que permanezco arrodillada en una esquina de la sala. Con los ojos muy abiertos agudizo el oído para poder escuchar la hora de mi muerte. Ahora sólo el silencio planea sobre el pueblo, un silencio espeso e inquietante Una falsa tregua que agradezco al mantener vivo un mínimo resquicio de esperanza…

Aunque sé que nada puede cambiar las cosas, no puedo salvarme. La línea telefónica permanece cortada desde esta mañana y no hay cobertura en el teléfono móvil. El calor derritió todas las instalaciones para hacer más fácil la abominable matanza.



Ahora sólo la noche observa la escena. Noche sin luna, como un manto negro que viste de luto a Loñana. Están tardando demasiado en llegar, es como si al ponerse el sol, perdieran la fuerza.

Ya es demasiado tarde para mi.

Oigo pequeños pasos subir las escaleras pesadamente, jadeos y risas retumban en el rellano. Ya están aquí. Salgo corriendo hacia la entrada y me siento en el suelo para impedir su acceso. Todos golpean la puerta a la vez y de repente, todo queda de nuevo en silencio. Tras unos segundos eternos veo aparecer por el resquicio de la puerta, la hoja de un enorme cuchillo. Mis gritos no hacen más que avivar las risas de los pequeños que ya empiezan a impacientarse por matar. De entre las carcajadas una dulce voz me suplica que abra la puerta. Es la voz de mi hijo, el que horas antes había acabado con la vida de su padre ante mis ojos. El fruto de un extraño acontecimiento climático que marcó para siempre la vida de un pueblo de Galicia. El que junto a seis niños más adoraba a un Dios luminoso y destructivo que no es el nuestro y que por algún motivo, les ordenaba acabar con los adultos. Como si nosotros hubiésemos ofendido de algún modo a su Dios y éste quisiera darnos un escarmiento.
Temblorosa , me niego a abrirles la puerta y les suplico por mi vida. Ya no me quedan lágrimas, sólo una voz entrecortada que escupe palabras inconexas fruto del pánico y la desesperación.
Su impaciencia golpea fuertemente la madera desquebrajando la puerta por ambos lados. Mi final está cada vez más cerca. No tengo apenas fuerzas para enfrentarme a ellos…y lo saben.
Ahora oigo su fuerte respiración en mi nuca. Están pegados detrás de mi, al otro lado de la fina puerta. Los golpes se transforman en patadas y finalmente logran entrar. Los pequeños me rodean y se abalanzan sobre mi. Me agarran del pelo y me obligan a tumbarme en el suelo. Mi hijo se sienta ante mi, el uniforme desgarrado me permite ver su espalda, ahora completamente oscura. La mancha ha crecido, igual que su maldad. Sus ojos han cambiado, ahora son totalmente negros, opacos, llenos de oscuridad. Su mirada está totalmente abrasada por el sol. Aún así, puedo leer perfectamente lo que dicen sus ojos. Me da la mano para que me incorpore y sonriendo me abraza clavándome un puñal por la espalda. Abro los ojos y un escalofrío recorre mi cuerpo. Intento tapar la hemorragia pero ahora ya todos me acuchillan por todas partes. Me abandono al dolor, quiero dejar de sufrir de una vez. Mis ojos se apagan, todo se nubla a mi alrededor, sólo un resquicio de luz entrando por la ventana me recuerda que volverá a amanecer, aunque no para mi, y estos diablos ciegos seguirán matando hasta que no quede nadie que pueda ofender a su Dios.

domingo, 1 de noviembre de 2009

SUCEDIÓ EN HALLOWEEN



Gracias a mi querida Vuelo de Hada...supe que en el blog www.littlecarrousel.blogspot.com se convocaba un concurso de relatos de Halloween...
Tengo el honor de deciros que mi relato ha resultado ganador.
Espero que hayáis pasado un fin de semana terrorífico...



La noche del 31 de octubre es, sin duda, la más especial del año. Una noche donde las puertas a otros planos se abren de par en par.
En Halloween, las almas errantes observan curiosas la luz de las velas, dispuestas estratégicamente en diabólicas calabazas; los gritos de los niños, el chispear de las hogueras, elementos todos ellos rodeados de un aura especial que les incita a visitar el mundo donde vivimos.
No intentes protegerte contra ese ejército de espíritus codiciosos pues entrarán en tu hogar, porque es su noche, y quieren divertirse.

Mi nombre es Samanta, tengo treinta años y vivo acompañada de mi gato en una aldea lejos del bullicio de la gran ciudad. Mis vecinos son gente amable y acogedora. Durante el año, cualquier excusa es buena para reunirnos y celebrar alguna cosa. Pero es especialmente en halloween, la noche donde todos quieren participar. Una arraigada tradición donde nadie se libra de algún susto, si no cede al trato de algún niño travieso.

Sabiendo a lo que me atenía, aquella tarde preparé cuidadosamente todo lo que conlleva una buena noche de terror. Busqué en mi viejo baúl del sótano un disfraz de bruja que había confeccionado, con la ayuda de una vecina, para las fiestas de carnaval. Así vestida, y feliz, al ver lo bien que me quedaba, comencé a adornar la casa con farolillos de papel en forma de brujas y fantasmas. También vacié varias calabazas y les dibujé un rictus malicioso; preparé un enorme bizcocho para compartir con mis vecinos y, por supuesto, me aprovisioné de un arsenal de caramelos para todos aquellos niños que llamaran esa noche a mi puerta con la famosa pregunta pegada a sus labios ¿Truco o trato? Lo mejor era siempre hacer un trato y darles un generoso puñado de caramelos, de lo contrario, te exponías a toda clase de bromas por su parte.

Recuerdo con nostalgia aquellas noches en las que mis amigos y yo íbamos llamando puerta a puerta con una cestita colgada del brazo. La mayoría de los vecinos sonreían al vernos pasar y nos llenaban la cesta de diversas golosinas que luego devorábamos hasta que nos dolía la barriga. Pero siempre había el típico vecino cascarrabias que nunca quería abrirnos. Cuando insistíamos, aporreando la puerta, nos gritaba desde la ventana y nos amenazaba con soltar a sus perros. Nosotros sabíamos que no era cierto, ya que nunca se oían ladridos en su casa, así que sacábamos de las cestas nuestros misiles en forma de huevo y los estampábamos contra su puerta.

En mi grupo de amigos había siempre mucha variedad a la hora de elegir los disfraces, nunca faltaba el típico hombre lobo, la bruja malvada, el vampiro sangriento…Yo siempre fui una niña un poco tímida así que me solía disfrazar de fantasma para mantenerme en el anonimato.


Mientras recordaba todas esas aventuras encendí un cigarrillo y me serví una copa de vino. Faltaban un par de horas para media noche y ya se palpaba el ambiente de Halloween. Desde la ventana, observaba la noche tranquila pero misteriosa. Podía ver las casas iluminadas, la gente disfrazada, y a los perros ladrándole a la luna que, sin nubes a su alrededor y con semblante perverso, sonría a sabiendas de que esa noche iba a ser testigo de siniestras fechorías.

Los animales tienen un sexto sentido para detectar seres de otros mundos. Merlín, que así se llamaba mi gato, comenzó a deambular por la casa desde bien entrada la tarde. Con el lomo arqueado enseñaba de vez en cuando los dientes a alguna sombra imaginaria. Intrigada por su comportamiento, no me dejaba arrastrar por el miedo, ya que me sentía a salvo en el calor de mi hogar, a la luz de las velas, observando divertida el ajetreo de los niños preparándose para la hora de los muertos.


A la media noche se abre la puerta al más allá. Es momento de estar atentos a cualquier ruido, cualquier movimiento que pueda hacernos intuir que las almas errantes nos acechan, que nos observan aún desde su mundo para poder entrar libremente en el nuestro por unas horas.


De repente, el timbre de la puerta me hizo dar un brinco. Al otro lado me esperaba un grupo de críos revoltosos vociferando la pregunta de rigor. Cediendo al trato le serví a cada uno un montoncito de caramelos y se marcharon a toda prisa. Satisfecha, cerré la puerta y me dispuse a ir de nuevo al salón pero Merlín, en actitud extraña, saltó a mis brazos maullando de un modo estremecedor. Sentí sus afiladas garras resquebrajando la fina piel de mi traje e inyectando en mi alma esa pequeña dosis de temor que nos alerta de un peligro siniestro. Me asusté y me dirigí con precaución a la sala para ver qué había sobresaltado al animal. Allí vi a un niño vestido con un chubasquero amarillo, algunas tallas más grande. Su rostro, oculto en la oscuridad de la capucha, apuntaba hacia el suelo, empapado en un charco de agua que rodeaba sus pies. De algún modo aquel niño se había colado en mi casa, aunque sinceramente, no recordaba haberlo visto entre el grupo de chavales que me habían visitado. Me lo tomé como una travesura y fui a buscar a la cocina unos cuántos caramelos.
Me acerqué a él y le tendí la mano con los dulces. El niño permanecía hierático ante mí. Le pregunté si quería hacer trato conmigo pero no me respondió. Empecé a sentirme incómoda con aquella broma, y ya me disponía a quitarle la capucha cuando, de repente, unos gritos escalofriantes acompañados de sirenas hicieron desviar mi atención hacia la ventana, mientras a mi espalda pequeños pasos se escurrían velozmente escaleras arriba. Decidí ocuparme de él más tarde y salí a la calle, un montón de gente se agolpaba alrededor de una ambulancia. Temblorosa me acerqué lentamente a la multitud, y pude ver, horrorizada, a un crío de unos seis años tendido muerto en el suelo. El mismo crío que, segundos antes, presidía el salón de mi hogar. Cubrieron su pequeño cuerpo con una sábana en el momento en que un relámpago iluminaba la triste tragedia.
Presa del pánico volví a entrar en mi casa a toda prisa. No podía creer lo que estaba sucediendo. Subí las escaleras y busqué a aquel niño por todas partes. No había ningún rastro de él. Inmóvil, a los pies de las escaleras, agudicé el oído con la intención de escuchar, por leve que fuera, algún sonido que delatara su escondite. Pero no fue el ruido de un jarrón quebrándose contra el suelo, ni el sonido de una puerta que se cerraba, sino el llanto, apenas audible, lo que me helo la sangre, provenía de mi habitación. Dejé escapar un grito sordo y me lleve la mano a la boca, la otra se agarraba con fuerza a los pliegues de mi disfraz. Con lentitud, tanteando el aire que me rodeaba, me acerqué a la puerta y entré en la habitación. El incesante lamento desapareció al instante. La luz no funcionaba, pero las nubes todavía no habían abrazado a la luna en la oscuridad de la noche. Sumida en el terror más absoluto comencé a buscarlo

- aquí no está, aquí tampoco. ¡Debajo de la cama, seguro que se esconde ahí!-

Hice acopio del poco valor que me quedaba y descubrí con alivio un montón de zapatos desperdigados por el suelo, pero del niño, ni rastro. Sólo me quedaba un lugar por mirar, el viejo armario que había heredado de mi madre y en el que guardaba las mudas para la cama. Lo abrí con precaución y clavé mis ojos en la oscuridad, con los párpados muy abiertos, a la espera de discernir una figura humana, pero tampoco estaba allí.

Caminé hacia la ventana de mi habitación, desde donde se veía el patio trasero de mi casa. Mis pensamientos recorrían veloces por mi mente, algunos de ellos, tras encontrar una grieta en la cabeza, se lanzaban con rabia a lo largo de mi cuerpo en forma de poderosos escalofríos. No podía dejar de temblar. Con la mirada perdida miraba los primeros árboles de una extensa llanura que se perdía a lo lejos.
Me disponía a bajar al salón cuando, atónita, vi el perfil de un niño con un chubasquero amarillo danzando entre las ramas. Daba saltos y balanceaba los brazos alegremente. Grité con todas mis fuerzas para llamar la atención de aquel ser, que ya no sabía exactamente si era de este mundo.
Al escucharme, el niño se paro en seco y se giró hacia mí. No podía verle la cara, ni el cuerpo, simplemente no podía ver más que una línea amarilla aterradora. Tras unos instantes, volvió a mostrarme su perfil y tranquilamente reanudó su marcha.

Nunca supe qué extraño fenómeno vino a visitarme aquella noche de Halloween, sólo sé que su alma ahora danza entre los árboles de mi aldea. Las noches de tormenta, recuerdo aquel día con auténtico pavor. Sucedió en Halloween, la noche de los muertos, dónde las almas pasan de un mundo a otro ante nuestros ojos.

jueves, 29 de octubre de 2009

AGONÍA




El camino de la vida perece ante la más absoluta oscuridad.
Jueves soleado, derecho hacia la más eterna de mis derrotas.
No aplaudáis a quién no amó.
No lloréis por quien no daría la vida por vosotros.
No os susurréis palabras de consuelo al oído, pues no hay más consuelo que saberse vivo mirando hacia un ataúd.

Oigo pasos arrastrados sobre la gravilla. Oigo el silencio de vuestra conciencia.
La más terrible de mis pesadillas está cobrando vida. Muerto, estoy muerto.
Siento cómo se mueve esta estrecha caja. No puedo gesticular aunque mi cabeza sigue pensando... Mi mente se acelera ante el temor de saber que en realidad sigo vivo. Intento gritar y me sorprendo a mí mismo tapándome la boca. Ahora puedo moverme. Estoy angustiado y sin embargo al llevarme la mano al corazón no siento los latidos…Estoy muerto realmente. Mi cuerpo está moviéndose pero ya no estoy vivo.
Doy patadas al aire. Golpes sin respuesta. Me zarandeo de lado a lado para tambalear la caja y nadie me socorre. ¿Por qué no puedo gritar? Quiero desgarrar mi garganta con furia y agarrarme a la vida.
Mis dedos destrozados aporrean mi ataúd. Lucho por salir pero el camino sigue incesante hacia el fondo de mi olvido.

Entre sollozos, cierro los ojos. Al abrirlos de nuevo , un extraño ángel oscuro me está mirando. A un centímetro escaso de mi cara, me sonríe cínicamente.
Sus ojos son totalmente negros, opacos y su cabello oscuro, le cubre la mitad de su rostro. Sus palabras retumban aún en mis oídos…

- No te esfuerces más, no pueden oírte, pues sólo eres carne en movimiento. No tienes fuerza, te imaginas golpeando y no es así. Tu alma se quedó colgada en aquella habitación. Estás solo. Y no puedes morir pues ya estás acabado.



No tengo alma. No soy más que los restos de mi dignidad.
Ahora sólo me queda ver mi propia putrefacción. Agonía que sufriré en silencio en la quietud de este cementerio.

jueves, 22 de octubre de 2009

LA CASA DE MI TÍA




No estamos solos. Cada día me convenzo más de ello…pero, ¿qué hace que unas personas puedan ver y otras no? ¿qué hace que alguien pueda contactar con seres de otro plano y otros no?
Con el tiempo me doy cuenta de que contra más cercanos a la muerte, más sensibles nos volvemos. He vivido experiencias extrañas, he sido testigo de visiones que, contadas por un ser cercano, son aún más aterradoras.

Hace unos años decidí pasar una temporada en casa de mi tía, una mujer de 85 años, con la cabeza muy bien amueblada, pero con los típicos achaques de la edad.
Un carácter indomable junto con una rígida educación hacía de mi tía una mujer especial.
Nunca se casó, tampoco tuvo hijos aunque según ella, los últimos años de su vida, estuvo rodeada de niños…
Vivía en un caserón a las afueras de la ciudad. Cerca de las vías del tren. Un lugar tranquilo. Era justo lo que yo necesitaba.
Me trasladé un tiempo a su casa para cuidar de ella y para poder concentrarme en la carrera. La casa era silenciosa, así que podría estudiar sin problemas…o eso creía yo.
Nunca olvidaré la primera noche que pasé en esa casa.
Mi tía, ilusionada con mi llegada decidió preparar una cena especial. Cuando me disponía a servir la cena se extrañó de que yo sólo hubiera llenado dos platos. Me miró de reojo y en silencio, sirvió un plato más…

-¿Para quién es ese plato tía?

-Para él, me ha dicho que tiene hambre.

Nadie se sentó con nosotras en la mesa aquella noche, pero algo me hizo pensar…que no estábamos solas.

La casa disponía de cinco habitaciones, dos en la planta de abajo y tres arriba. Yo dormía en la habitación contigua a la de mi tía, en la planta superior. No había apenas luz y los muebles era muy antiguos.

Aquella noche escuché ruidos abajo, ronquidos, voces, pasos en las escaleras. No me atreví a salir de la habitación.
A la mañana siguiente le pregunté a mi tía si ella también escuchó todo aquello.

-Claro hija, son ellos, pero saben que estás aquí y se esconden.

-¿Pero quiénes son? ¿Los conoces?

-No, pero me hablan, me molestan, no me dejan dormir.

Aquello me aterró. Pero más aún me sorprendió ver que todas las camas de las habitaciones estaban deshechas…Alguien había dormido allí.

Fueron pasando los días y aunque no siempre sucedía algo, yo estaba totalmente alerta, asustada, pues creía que alguien entraba en casa para molestarnos.
En una ocasión llegué a casa y encontré a mi tía sentada frente a otra silla. Cuando me vió me dijo:

-Vaya, le has asustado.

- ¿ A quién?

- Al niño que había aquí.

-¿Dónde está?

-Se ha ido corriendo hacia allí.

Mi tía señaló hacia la habitación del fondo. Yo sólo veía el largo pasillo oscuro y la puerta de la habitación cerrada. Me acerqué lentamente y abrí la puerta. No vi nada, pero un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.
Al volver junto a mi tía me dijo entre llantos que llevaba toda la tarde jugando con ese niño y con muchos otros que están en la habitación, pero que no quieren verme. Ella sólo quería que le dejaran ver la tele tranquila pero los niños se la apagaban contínuamente ... Cuando ella les reprochaba su actitud le intentaban hacer caer al suelo. Me dijo que tenía miedo y que gracias a Dios que había llegado yo...así almenos se marchaban un rato.

-Tía, ahí no hay nadie, estabas hablando sola.

- No es verdad, no quieren jugar contigo, eso es todo. Mira, el niño que estaba aquí sentado se iba a tomar ese vaso de leche.

Efectivamente, junto a la silla, en el suelo, había un vaso de leche aún sin beber.

-Nadie se va a beber eso, porque aquí no hay ningún niño, estamos solas.

- Eso es lo que tú te crees. Te voy a demostrar que sí que están aquí. Además,me han dicho que tú también los oyes, pero que aún no quieren que les veas.


Aquel día fue el último que pasé en ese caserón. En mitad de la noche pude escuchar perfectamente arañazos en mi puerta y como si alguien se sentara apoyado en ella. No me atreví a abrirla, pasé toda la noche mirando hacia la puerta…aterrada.


Mi tía estaba enferma pero no estaba loca, sabía muy bien de que hablaba .Ella siempre decía que los muertos pueden estar dónde ellos quieran y que a esos niños simplemente les gustaba estar allí. Ella hacía lo posible para que se fueran pero creo que nunca lo consiguió. Murió en esa casa, años más tarde. Jamás volví a hablar de ese tema con ella.

Nunca llegué a ver nada, pero sin duda sentí a esos niños, oía como corrían en la planta superior y como se reían durante la noche.
Tres meses aguanté en esa casa, tres meses de largas noches sin dormir. Tres meses en los que me acabé de convencer de que no, no estamos solos y que si ellos eligen vivir contigo, hacerte la vida imposible, es muy difícil librarte de sus caprichos. También me convencí de que si quieren que los veas… los verás.

viernes, 16 de octubre de 2009

EL JUGO DE LA VIDA




Todo empezó la primera vez que escuché los latidos de un corazón. Estaba jugando en mi habitación con mi hermana pequeña. Su cuerpecito yacía inerte esperando a que yo, como doctora, dictaminara cuál era su enfermedad. Después de mirar la temperatura y comprobar sus reflejos, me dispuse a tomarle el pulso. Aquello me sorprendió. El bombear de la sangre me pareció excitante.

En una ocasión, estando en el patio del colegio, una niña se cayó al suelo. Me acerqué, le tendí la mano y no pude evitar acariciar su rodilla herida. Sólo quería probar su sangre…
Movida por mi oculta inquietud estudié medicina. Quería vivir cada día ese extraño placer, esa sensación de poder, de probar lo prohibido.
En cada operación, necesito hundir mis dedos en ese líquido delicioso. Humedezco mis labios y cuando nadie puede verme saboreo la sangre fresca que gotea por mis manos.
Ese sabor óxido, puro, dulce y extraordinario me enamora el alma, me pervierte y me condena a no poder vivir sin él.
La sangre ajena, parte de otro ser está en mis labios, en mi lengua, en mi paladar…y eso me hace sentir poderosa.
El jugo de la vida, el ansia de arrebatar lo que no me pertenece, pero que tomo impunemente sólo por placer, sólo por saber a qué sabe la vida de los demás.
Cuelgo mi bata blanca sabiendo que mañana otro extraño entrará en mi consulta. Una víctima más de mi adicción, mi locura, mi satisfacción, mi condena…


Pero toda condena conlleva una culpa, un secreto que en mi caso fue algo inevitable. Me dejé llevar por mi obsesión.
Fue un martes de un caluroso agosto. Estaba agotada después de una larga mañana de duro trabajo. Una última operación y podría irme a casa a descansar. En la camilla, tendido un chico de veinte años. Desde el comienzo, supe que algo no iba bien, me sentía débil y no podía concentrarme. Sucedió todo tan deprisa…
De repente, una de las venas del cuello del paciente empezó a sangrar de un modo imparable. Me quedé paralizada, no era capaz de parar la hemorragia. Todo a mi alrededor se tornó borroso. Los auxiliares me gritaban sin parar para que reaccionara, me agarraban la cara y yo…yo sólo veía borbotones de sangre animándome a succionar.
Intentaron salvar la vida del paciente ante mi atónita mirada. Intentaron sin éxito que aquel chico de veinte años no acabara sus días en esa camilla de hospital. Mi única defensa era mi secreto, no podía descubrirme ante nadie. Dejé morir a aquel chico con la única intención de deleitarme con ese caldo sublime y embriagador. Sólo deseaba estar a solas con él y saborear cada uno de sus órganos para calmar mi sed, para probar de nuevo en silencio, el jugo de la vida.

martes, 13 de octubre de 2009

AMANECERÁ...



Dos sombras en una habitación miran el reloj de la mesita de noche.

-Es tarde.

-¿Para qué Mamá?

-Para despertar hoy. Sueña hijo mío y confía en que la oscuridad desaparecerá y mañana será un nuevo día, ya lo verás.

-Quizás eso no suceda nunca más mamá…

-No digas eso. ¿Acaso los muertos no sueñan? , ¿ Acaso los no vivos no tenemos esperanzas? Amanecerá...hijo mío…amanecerá....