
Quien juega con fuego se puede quemar.
El día de los difuntos es una fecha muy especial. El recuerdo de nuestros seres queridos nos hace sentir nostalgia del pasado.
La tradición dice que hay que dejar una vela encendida toda la noche para iluminar el recuerdo de nuestros allegados.
Es en esa noche, cuando las almas perdidas buscan su camino. Los espíritus acuden a su hogar para volver a sentir el cariño perdido. Durante unas horas, las familias sienten una energía especial, un estado de felicidad que les hace saber, que los que ya no están se encuentran entre nosotros.
Yo también quise sentir esa plenitud, esa magia que rodea el mundo esotérico.
Al llegar la medianoche encendí una vela roja en mi habitación. La tenue luz iluminaba la estancia. Me acomodé en la cama y recé unas oraciones para que mis familiares estuvieran bien. La vela parecía escucharme, pues la llama subía y temblaba rápidamente.
Al cabo de unos minutos sentí una corriente de aire procedente del oscuro pasillo que tengo enfrente. La puerta de la habitación estaba entreabierta, así que la cerré ,volví a la cama y me tapé completamente.
El sueño me estaba venciendo cuando de repente oí un fuerte golpe en la puerta. Cómo si alguien al otro lado intentara entrar a la fuerza.
Me quedé inmóvil con los ojos muy abiertos sin saber qué hacer …
Recé, recé con todas mis fuerzas para que fuera lo que fuera se marchara. Mi corazón palpitaba rítmicamente, como si un puño lo agarrara y tuviera que luchar para sobrevivir.
Tras unos segundos todo quedó en completo silencio.
Miré hacia la vela, que seguía temblando y la cera lloraba excesivamente.
Mi corazón seguía palpitando con fuerza pero parecía que todo había vuelto a la normalidad.
Cogí el libro de la mesita de noche sin apartar los ojos de la puerta. No había leído ni media página, cuando una fuerza invisible lo cerró violentamente y lo hizo saltar por los aires. Apenas puede gritar, sentí que mi respiración se aceleraba y el pánico lograba ponerme todo el vello de punta.. Las manos me temblaban y creí que me iba a desmayar.
Fue entonces cuando varias voces a la vez me susurraron al oído. Llantos de mujer, palabras inconexas, gritos y risas resonaban a mi alrededor. Cerré fuertemente los ojos y me tapé los oídos intentando que todo volviera a la normalidad.
De repente, los gritos cesaron, pero yo no me atrevía a abrir los ojos, seguía inmóvil con las piernas encogidas, temblando en un rincón de la cama.
No podría describiros con palabras la sensación de terror que sentí al abrir los ojos…
Alrededor de mi cama, decenas de espíritus me observaban con maldad.
La frialdad de sus miradas se clavó en mis retinas haciéndome gritar desesperadamente. Uno a uno fueron acercándose a mi. Uno a uno fueron poseyendo mi cuerpo mientras mi mente se entregaba a la locura. Podía sentir su energía en mi interior, podía sentir el dolor al desgarrarme las entrañas. Como bolas de fuego que se cuelan por mi garganta y abrasan todo mi ser.
Presa del pánico y la desesperación, me incorporé como pude, abrí la ventana de mi habitación y me arrojé al vacío.
A diferencia de las demás, las velas rojas tienen una luz especial. La llama ilumina de distinta forma, crea un halo de misterio alrededor. La luz rojiza es como el fuego del infierno y atrae a las almas errantes, almas perdidas que buscan algo a lo que agarrarse de nuevo.
Ahora soy un alma atrapada en la oscuridad. Las noches de difuntos busco atenta una llama que me guíe para poder poseer un alma y traerla conmigo al infierno.