ERA UNA PERSONA DE ESAS, QUE MURIÓ JOVEN COMO SOLO UN ALMA VIEJA PUEDE HACER...

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lunes, 25 de mayo de 2009

Vivo y muero en el mar




En un pueblo costero cae la noche. El viento sopla con fuerza, la playa se va quedando desierta y las luces de las casas se encienden tímidamente. En una de esas blancas casitas vive Miguel, un viejo pescador que aún a sus ochenta años se sigue emocionando cada vez que desde su ventana ve el mar, su amado mar... El vaivén de las olas le recuerda a Teresa, la que fue el gran amor de su vida durante más de cincuenta maravillosos años. Hace dos meses, una terrible enfermedad se la arrebató y Miguel cada noche soñaba con reencontrarse con ella, abrazarla una vez más, sentir su perfume, el tacto de su piel. El anciano no podía dejar de llorar cuando recordaba las dulces palabras de Teresa en su lecho de muerte. -No sufras Miguel, mi amor, algún día volveremos a estar juntos. Igual que las olas del mar no pueden detenerse, mi corazón tampoco lo hará, ni ahora ni nunca. Cierra los ojos y escucha. Sólo estaré dormida, será mi profunda respiración la que se mezcle con el oleaje. Sus manos marchitas acariciaban una y otra vez la fotografía de Teresa, que descansaba en la mesita de noche. El corazón de Miguel se hacía cada vez más pesado, cada latido era un pulso a la vida, una vida que ya no deseaba si no era junto a su amada. Mientras el pueblo dormía, la luna iluminaba la soledad de Miguel, que ahogaba su llanto contra la almohada. Transcurrían las horas, y el anciano, impotente ante el rugir del oleaje, sentía que Teresa lo llamaba, que podría dormir plácidamente junto a ella. Sin pensarlo dos veces, Miguel se levantó y decidió bajar a la playa .Una vez allí se quitó la ropa y avanzó lentamente hacia la inmensidad del mar. Sus pies desnudos se hundían en la fría arena y las olas acariciaban su piel. Mientras su cuerpo se adentraba en el agua, Miguel sentía una sensación de calidez infinita, una agradable plenitud que jamás pudo haber imaginado. Sus ojos se entornaron al percibir unas manos en su pecho, notó de nuevo en su piel las anheladas caricias de Teresa. Extendió los brazos, y juntos entrelazaron las manos con fuerza. Miguel no podía más que llorar de felicidad. Por fin podría volver a estar junto a su amada. De repente, la marea comenzó a subir, las olas rompían violentamente contra las rocas. El mar enfureció, no podía permitir que el sueño de un mortal se hiciera realidad. Las almas que en él habitaban las elegía caprichosamente. El oleaje desencajó de nuevo las manos de los enamorados y expulsó con fuerza al anciano dejándolo abatido en la arena, tumbado, ya sin aliento. Murió en apenas unos segundos al sentir de repente la desesperación tan grande de perder de nuevo a su amor. Los gritos de dolor de Teresa se oyeron por todo el pueblo. El mar había sido testigo de su encuentro y causante de su separación eterna.
ELISABET

2 comentarios:

Eva Maria dijo...

Me ha gustado mucho, reflejas muy bien la desesperación de perder el amor, saber que ya ni en la eternidad o en otra vida podran estar juntos.
Muy bonito

FAIL dijo...

Muchs gracias por tu comentario Eva Maria. Era lo que quería expresar...
Besos