ERA UNA PERSONA DE ESAS, QUE MURIÓ JOVEN COMO SOLO UN ALMA VIEJA PUEDE HACER...

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domingo, 31 de octubre de 2010

LA LLAMA DEL INFIERNO





Quien juega con fuego se puede quemar.

El día de los difuntos es una fecha muy especial. El recuerdo de nuestros seres queridos nos hace sentir nostalgia del pasado.

La tradición dice que hay que dejar una vela encendida toda la noche para iluminar el recuerdo de nuestros allegados.

Es en esa noche, cuando las almas perdidas buscan su camino. Los espíritus acuden a su hogar para volver a sentir el cariño perdido. Durante unas horas, las familias sienten una energía especial, un estado de felicidad que les hace saber, que los que ya no están se encuentran entre nosotros.

Yo también quise sentir esa plenitud, esa magia que rodea el mundo esotérico.
Al llegar la medianoche encendí una vela roja en mi habitación. La tenue luz iluminaba la estancia. Me acomodé en la cama y recé unas oraciones para que mis familiares estuvieran bien. La vela parecía escucharme, pues la llama subía y temblaba rápidamente.

Al cabo de unos minutos sentí una corriente de aire procedente del oscuro pasillo que tengo enfrente. La puerta de la habitación estaba entreabierta, así que la cerré ,volví a la cama y me tapé completamente.

El sueño me estaba venciendo cuando de repente oí un fuerte golpe en la puerta. Cómo si alguien al otro lado intentara entrar a la fuerza.
Me quedé inmóvil con los ojos muy abiertos sin saber qué hacer …
Recé, recé con todas mis fuerzas para que fuera lo que fuera se marchara. Mi corazón palpitaba rítmicamente, como si un puño lo agarrara y tuviera que luchar para sobrevivir.
Tras unos segundos todo quedó en completo silencio.
Miré hacia la vela, que seguía temblando y la cera lloraba excesivamente.
Mi corazón seguía palpitando con fuerza pero parecía que todo había vuelto a la normalidad.
Cogí el libro de la mesita de noche sin apartar los ojos de la puerta. No había leído ni media página, cuando una fuerza invisible lo cerró violentamente y lo hizo saltar por los aires. Apenas puede gritar, sentí que mi respiración se aceleraba y el pánico lograba ponerme todo el vello de punta.. Las manos me temblaban y creí que me iba a desmayar.
Fue entonces cuando varias voces a la vez me susurraron al oído. Llantos de mujer, palabras inconexas, gritos y risas resonaban a mi alrededor. Cerré fuertemente los ojos y me tapé los oídos intentando que todo volviera a la normalidad.
De repente, los gritos cesaron, pero yo no me atrevía a abrir los ojos, seguía inmóvil con las piernas encogidas, temblando en un rincón de la cama.
No podría describiros con palabras la sensación de terror que sentí al abrir los ojos…

Alrededor de mi cama, decenas de espíritus me observaban con maldad.
La frialdad de sus miradas se clavó en mis retinas haciéndome gritar desesperadamente. Uno a uno fueron acercándose a mi. Uno a uno fueron poseyendo mi cuerpo mientras mi mente se entregaba a la locura. Podía sentir su energía en mi interior, podía sentir el dolor al desgarrarme las entrañas. Como bolas de fuego que se cuelan por mi garganta y abrasan todo mi ser.
Presa del pánico y la desesperación, me incorporé como pude, abrí la ventana de mi habitación y me arrojé al vacío.

A diferencia de las demás, las velas rojas tienen una luz especial. La llama ilumina de distinta forma, crea un halo de misterio alrededor. La luz rojiza es como el fuego del infierno y atrae a las almas errantes, almas perdidas que buscan algo a lo que agarrarse de nuevo.

Ahora soy un alma atrapada en la oscuridad. Las noches de difuntos busco atenta una llama que me guíe para poder poseer un alma y traerla conmigo al infierno.

miércoles, 13 de octubre de 2010

MI ANTIGUA HABITACIÓN




Los años de infancia marcan para siempre a las personas. A mí me enseñaron a caminar despacio, a no alzar la voz y a dormir siempre con un ojo abierto.

Valiente no es el que no tiene miedo, sino el que se enfrenta a él.

Mi hermana Ana solía alardear de ser la fuerte de la familia. Sus ojos oscuros enfriaban un rostro cálido y delataban un corazón impasible. La verdad es que yo siempre admiré la forma en que luchaba con su espada cuando simulábamos ser piratas o lo rápida que era cuando hacíamos carreras y acabábamos exhaustas en el suelo con el vestido arrugado y los zapatos llenos de tierra.
Era la mayor, la que siempre tenía la última palabra, la que sabía lo que había que hacer en cualquier situación. Ana sabía que yo vivía aterrorizada y parecía divertirle la idea de hacerme sufrir.
Al cumplir los seis y ocho años respectivamente, nuestros padres decidieron que ya éramos mayores para dormir solas. A mi hermana Ana pareció entusiasmarle la idea pero a mí, un miedo paralizador me bloqueó. Tengo pánico a la oscuridad.

Nunca olvidaré la primera y única noche que pasé en mi nueva habitación. Mi padre la había habilitado tras años acumulando trastos .Aunque parecía agradable, yo sentía una soledad extraña al encerrarme en ella.
Un gran ventanal comunicaba mi habitación con la de mi hermana. Las paredes pintadas con ángeles no me daban la paz que necesitaba para conciliar el sueño.
Era como si me observaran y sonrieran al saber que dormiré sola, indefensa e intranquila.

Mis pequeñas manos se juntaban cada noche a modo de rezo . Pedía fuerza y valentía a un Dios que parecía no escucharme, no entenderme y mucho menos…ayudarme.

Al lado de mi cama había una gran lámpara con una cadena de la cuál pendía un cascabel. Si quería encender o apagar la luz sólo tenía que tirar de la cadenita.
Todo empezó cuando tras leer un cuento decidí apagar la luz.
Al cabo de unos minutos creí escuchar el pequeño cascabel. La lámpara se movía de un lado a otro haciéndolo sonar. Las sábanas se enfriaron repentinamente y sentí como alguien tiraba de ellas hasta hacerlas caer al suelo.
De repente un plástico en mi rostro me impedía respirar. Bocanadas de aire caliente que no conseguía hacer llegar a mis pulmones.
Apenas un grito inaudible y dejé de forcejear. Mis manos permanecían suspendidas en el aire, sujetas por alguien a quién no podía ver.
Sólo varias voces me rodeaban y susurraban entre sí.

Mi madre entró de repente en la habitación, encendió la luz y todo pareció volver a la normalidad. Las sábanas bien colocadas en mi cama, la lámpara quieta y todo en silencio.
Sólo mi rostro blanco y desencajado alertó a mi madre , a quién di un desesperado abrazo tras contarle lo ocurrido. Evidentemente no me creyó, pero me vio tan aterrorizada que no me quiso obligar a quedarme allí.
Desde el otro lado de la ventana Ana me miraba con el ceño fruncido, temiendo lo que iba a ocurrir. A partir de esa noche volvería a compartir habitación con ella.

Ana tampoco me creyó. Sabía que yo era muy asustadiza y eso en el fondo le divertía. Ella no temía a nada. De hecho, entró varias veces en mi antigua habitación, apagó la luz y gritó como si alguien le estuviera haciendo daño para mofarse de mí.

Durante las siguientes semanas tuve que acceder a sus chantajes para poder dormir con ella. El juego preferido de Ana era el “ Enciende y apaga”.
Consistía en que yo tenía que entrar en la habitación, cerrar la puerta, bordear la cama y tirar de la cadenita para encender la lámpara. Girarme para saludar a mi hermana que me observaba desde la ventana, volver a apagar la luz y salir despacio d la habitación. Si corría o gritaba me obligaba a repetirlo todo de nuevo. Una de las veces acabé el juego y volví a nuestra habitación .
Al darme la vuelta observé aterrorizada el rostro de varias niñas observando desde el otro lado del cristal. Me miraban furiosas, como si desde dónde estaba no pudieran hacerme daño. Ana no podía verlas, porque no las temía supongo, pero eran reales, eran seis o siete niñas encerradas en esa habitación esperando a que vuelva entrar para acabar conmigo.
Esa fue la última vez que jugamos.

Pasaron los años. Ana se casó y yo decidí marchar a estudiar a las afueras. Con el tiempo, aprendí a que todo lo que sentimos no tiene por qué ser real. La fantasía de un niño puede llegar muy lejos y hacer mucho daño sin apenas darnos cuenta.

Fue durante una de las visitas a casa de mis padres cuando vi que nada de lo vivido en la infancia fueron imaginaciones mías. Mi antigua habitación ya hacía tiempo que había vuelto a ser un viejo trastero y ya nada extraño parecía enturbiar el ambiente. Entré despacio, de puntillas y en silencio, como me había enseñado Ana.
Me acerqué al ventanal y allí lo vi claro. Los recuerdos se difuminan pero las marcas siempre quedan, como los múltiples arañazos que vi en la madera y las marcas de manitas en el cristal del ventanal de mi antigua habitación