
No estamos solos. Cada día me convenzo más de ello…pero, ¿qué hace que unas personas puedan ver y otras no? ¿qué hace que alguien pueda contactar con seres de otro plano y otros no?
Con el tiempo me doy cuenta de que contra más cercanos a la muerte, más sensibles nos volvemos. He vivido experiencias extrañas, he sido testigo de visiones que, contadas por un ser cercano, son aún más aterradoras.
Hace unos años decidí pasar una temporada en casa de mi tía, una mujer de 85 años, con la cabeza muy bien amueblada, pero con los típicos achaques de la edad.
Un carácter indomable junto con una rígida educación hacía de mi tía una mujer especial.
Nunca se casó, tampoco tuvo hijos aunque según ella, los últimos años de su vida, estuvo rodeada de niños…
Vivía en un caserón a las afueras de la ciudad. Cerca de las vías del tren. Un lugar tranquilo. Era justo lo que yo necesitaba.
Me trasladé un tiempo a su casa para cuidar de ella y para poder concentrarme en la carrera. La casa era silenciosa, así que podría estudiar sin problemas…o eso creía yo.
Nunca olvidaré la primera noche que pasé en esa casa.
Mi tía, ilusionada con mi llegada decidió preparar una cena especial. Cuando me disponía a servir la cena se extrañó de que yo sólo hubiera llenado dos platos. Me miró de reojo y en silencio, sirvió un plato más…
-¿Para quién es ese plato tía?
-Para él, me ha dicho que tiene hambre.
Nadie se sentó con nosotras en la mesa aquella noche, pero algo me hizo pensar…que no estábamos solas.
La casa disponía de cinco habitaciones, dos en la planta de abajo y tres arriba. Yo dormía en la habitación contigua a la de mi tía, en la planta superior. No había apenas luz y los muebles era muy antiguos.
Aquella noche escuché ruidos abajo, ronquidos, voces, pasos en las escaleras. No me atreví a salir de la habitación.
A la mañana siguiente le pregunté a mi tía si ella también escuchó todo aquello.
-Claro hija, son ellos, pero saben que estás aquí y se esconden.
-¿Pero quiénes son? ¿Los conoces?
-No, pero me hablan, me molestan, no me dejan dormir.
Aquello me aterró. Pero más aún me sorprendió ver que todas las camas de las habitaciones estaban deshechas…Alguien había dormido allí.
Fueron pasando los días y aunque no siempre sucedía algo, yo estaba totalmente alerta, asustada, pues creía que alguien entraba en casa para molestarnos.
En una ocasión llegué a casa y encontré a mi tía sentada frente a otra silla. Cuando me vió me dijo:
-Vaya, le has asustado.
- ¿ A quién?
- Al niño que había aquí.
-¿Dónde está?
-Se ha ido corriendo hacia allí.
Mi tía señaló hacia la habitación del fondo. Yo sólo veía el largo pasillo oscuro y la puerta de la habitación cerrada. Me acerqué lentamente y abrí la puerta. No vi nada, pero un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.
Al volver junto a mi tía me dijo entre llantos que llevaba toda la tarde jugando con ese niño y con muchos otros que están en la habitación, pero que no quieren verme. Ella sólo quería que le dejaran ver la tele tranquila pero los niños se la apagaban contínuamente ... Cuando ella les reprochaba su actitud le intentaban hacer caer al suelo. Me dijo que tenía miedo y que gracias a Dios que había llegado yo...así almenos se marchaban un rato.
-Tía, ahí no hay nadie, estabas hablando sola.
- No es verdad, no quieren jugar contigo, eso es todo. Mira, el niño que estaba aquí sentado se iba a tomar ese vaso de leche.
Efectivamente, junto a la silla, en el suelo, había un vaso de leche aún sin beber.
-Nadie se va a beber eso, porque aquí no hay ningún niño, estamos solas.
- Eso es lo que tú te crees. Te voy a demostrar que sí que están aquí. Además,me han dicho que tú también los oyes, pero que aún no quieren que les veas.
Aquel día fue el último que pasé en ese caserón. En mitad de la noche pude escuchar perfectamente arañazos en mi puerta y como si alguien se sentara apoyado en ella. No me atreví a abrirla, pasé toda la noche mirando hacia la puerta…aterrada.
Mi tía estaba enferma pero no estaba loca, sabía muy bien de que hablaba .Ella siempre decía que los muertos pueden estar dónde ellos quieran y que a esos niños simplemente les gustaba estar allí. Ella hacía lo posible para que se fueran pero creo que nunca lo consiguió. Murió en esa casa, años más tarde. Jamás volví a hablar de ese tema con ella.
Nunca llegué a ver nada, pero sin duda sentí a esos niños, oía como corrían en la planta superior y como se reían durante la noche.
Tres meses aguanté en esa casa, tres meses de largas noches sin dormir. Tres meses en los que me acabé de convencer de que no, no estamos solos y que si ellos eligen vivir contigo, hacerte la vida imposible, es muy difícil librarte de sus caprichos. También me convencí de que si quieren que los veas… los verás.